Una dosis de microrrelatos,
miscelánea de palabras
Microrrelato
El vendedor de fobias
Para los feos, para los guapos, para los
ricos y con talento. Para los que tienen una venda en los ojos, para los
avariciosos, para aquellos que corren y dejan su vida atrás. Para los que
quieren llenarla de cosas nuevas, tengo el mejor elixir de todos los tiempos.
Fobias de todas las clases, tamaños, colores y formas. Las tengo a montones,
duplicadas, intensas y leves. Son fáciles de usar, cómodas y baratas —replica el vendedor que intenta disfrazar la mentira
con una sonrisa falsa —. ¡Todo es posible con este elixir! —señala el frasco traslúcido dejando ver el contenido
interior. Lo agita y bebe unas gotas.
—¡Qué bien me siento! Libérense de las penas —grita eufórico —No hay nada como sentirse libre, feliz y dichoso.
—¿Y qué tiene en su interior? —pregunta uno de los transeúntes.
—Pócimas fabricadas por mí. Desde que fui niño mi
padre me adiestró en ser buena persona, hacer la vida fácil a los demás, y
llevar una vida sencilla y ágil, en definitiva; ser yo mismo. Hay que ayudar al
prójimo. ¿Por qué cree que hago esto? —le indica a su víctima.
El hombre sonríe casi rozando el frenesí,
introduce la mano en el bolsillo y saca un billete de cincuenta euros.
—Deme treinta frascos.
El vendedor sonríe, le entrega la
mercancía y espera verle tomar unas gotas del brebaje.
—¿A qué espera? —le insiste. El comprador se marcha con la duda.
Dos meses más tarde vuelve y le dice —Usted me vendió hace dos meses unos frascos de un
brebaje maravilloso y desde entonces mi vida ha dado un giro, no soy el mismo
de antes. Tengo fobia a la noche. A los ruidos extremos, a los insectos… me ha
hecho un desgraciado.
—Y que importa. Nadie te dijo que compraras. De todas
formas tengo otro frasco para quitarte esas fobias —le contesta el mercader mientras le mira
complaciente devolviéndole el cambio.
Microrrelato
El todopoderoso
Tres minutos después de haber introducido el
científico el gen en la piel del clon, le llevó a sentirse eufórico por el
éxito. Los gestos del clon similares al de un niño recién nacido hizo
retroceder al científico que lo observaba desde la cámara del laboratorio.
—¿Y esto es
todo? —dijo el todopoderoso.
—Tantos años
luchando por conseguir un estado digno, con personas capaces de trabajar sin
descanso. Diseñando cuerpos que resistan cualquier calamidad, y ahora quieres
deshacerte de mí porque consideras que no estoy a la altura de tus planes —dijo
el científico.
El todopoderoso levantó la mano,
abriéndose un portón del cual salieron dos corpulentos guardianes que asieron
al científico que no dejaba de gritar que podía dar con la solución, que solo
era cuestión de cambiar un gen por otro, que había que hacer pruebas, que nada
estaba tirado por la borda. El todopoderoso no le escuchó.
El silencio dejó paso a la voz del
todopoderoso.
—Tráiganme
otro —vociferó con ironía.
Al llegar lo recibió con honores
explicándole lo que quería con detenimiento. Una sociedad capaz de responder
ante su líder, sin importar el nivel de degeneración, ni la oportunidad de
poder decidir libremente.
—¡Lo quiero
ya! —exige el todopoderoso.
—Sabe señor —
le dice —Dios no permitiría cosas de este tipo. En mi mundo, personas como usted
acabaron exterminándolo.
Sus palabras enfurecieron al todopoderoso.
El nuevo científico, al ver su actitud, metió la mano en el bolsillo del pantalón
y sacó dos dados.
—¿Jugamos? Si
saca el número exacto, procedo —le dijo.
No dudó el todopoderoso. Desde entonces
están jugando a los dados, a la espera que el número exacto le dé la solución
de cómo seguir dominando en sus sueños a los títeres.
Microrrelato
Crisis de identidad
Se miró
al espejo y no vio reflejada su imagen. Sabía que estaba muerto, que no podía
hacer nada, que su andadura por la tierra estaba sumida a mordeduras nocturnas y que debía cambiar de
población cada cierto tiempo para no ser descubierto. Años de experiencia y
trabajo le llevó a un callejón sin salida. El agobio por falta de víctimas
sanas le desembocó a ser intolerante a
la lactosa y fructosa, azúcares que se dispersan en la sangre de sus víctimas,
por lo que tuvo que replantearse seriamente su nueva vida. Desde entonces
utiliza sucedáneos, como puré de tomate, kétchup, y otras aparentes sangres
teñidas de tinte que esparce en el cuello de las personas que van a ser
atacadas, para no perder el simbolismo de su mordedura ni la inmortalidad.
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